Desde la aparición del COVID-19 se nos recomienda no compartir el mate. Cuando visito familias con abuelos, por alguna emergencia, se me estruja el corazón cuando espontáneamente me ofrecen tomar un mate y en el mismo momento agregan, como disculpándose “-Ah cierto, no se puede tomar más mate”. Yo me pregunto si este ritual social, el mate, está sentenciado a muerte.
Por Waldemar Oscar von Hof (*)
Quien más, quien menos tenemos incorporado por tradición al mate como un ritual diario. El tomar mate se ha ido imponiendo desde la colonización como un evento social por excelencia, tiene sus protocolos, sus reglas y sus tradiciones.
Yo nací en la provincia de Misiones y fui una y otra vez testigo de anécdotas de como rápidamente nuestros abuelos alemanes, rusos y polacos se han ido adaptando a esta liturgia de encuentro. Lo incorporaron a su rutina casi automáticamente y lo hicieron suyos como parte de la cotidianeidad. A los argentinos nos gusta ponderar al mate como parte esencial de nuestra idiosincrasia, “es nuestro como el tango y el dulce de leche” repetimos. Pensar que Cortázar en Rayuela le dedica varios renglones y lo pone como un ritual necesario en las relaciones entre los argentinos varados en Francia. Más de un museo del mate tenemos en el país.
El hecho de sorber la infusión de una calabaza mediante la bombilla tiene sus características regionales, en Misiones vamos utilizando mates cada vez más grandes, copiando las características brasileras, los entrerrianos se van adaptando a la yerba uruguaya, los cordobeses y los porteños los toman en sus matecitos de miniatura con agua a temperatura de ebullición.
Los rituales que ayudan al encuentro son esenciales a la convivencia del ser humano, son una herramienta social que acerca, rompe barreras, hasta ayuda a superar al hielo de la timidez. Toda liturgia tiene sus significados y simbolismos, la interacción de cebar y sorber el mate también lo tiene. Si buscamos en la historia o en alguna página cibernética nos encontramos con un amplio abanico de significantes. Hace un tiempo escribí un poema a una amiga venida de Alemania explicándole lo que era el mate para un argentino, extraigo algunas líneas del poema “Odas al mate”:
“Sorbo a sorbo ir bebiendo / el néctar, delicioso elixir. / Al cebar poner mucho cuidado / porque, según las malas lenguas, / ha de ser de bendición / o de maldita división. / Un ´te quiero´ cuando es espumoso. / Un ´ándate´ cuando está muy caliente. / Un ´no me importas´ cuando está lavado, / Un ´puede haber amores´ cuando es muy dulce. / ´Ni lo sueñes´ cuando es amargo / pero antes, como ahora, es un / símbolo de amistad / cultivado en cada encuentro”.
Es en nuestro medio el símbolo de la amistad por excelencia. Es interesante observar el rol de las interactuaciones en la ronda del mate. En este ir y venir de la cebada, cada persona tiene su papel. Está el cebador, es el anfitrión, el dueño de la casa o el que asume un rol de dispensar a todos, el mate. Está en este momento al servicio de todos los que han de tomar la infusión. Es consciente que, al ser un ritual de amistad, todos van a tomar, da a todos, o por lo menos lo ofrece. El cebador parte del hecho de que todos van a tomar y da sin discriminar. Es más, pregunta si los que van a tomar quieren dulce o amargo (o por lo menos avisa). Recién deja de cebar el mate cuando los tomadores están satisfechos, ya no quieren o ya no participan de la ronda. Un buen cebador, puede hacer solamente esto, cebar bien el mate, y cumplir con su función y dar a todos y dar hasta que todos están satisfechos. En esta interacción todos reciben el mate en una ronda cuidadosamente ordenada. El que decide terminar de beber es el receptor, que concluye su participación con un “gracias”, que en este caso no es un agradecimiento, sino el hecho de no participar más de la ronda.
En estos tiempos de pandemia nos caben las preguntas: ¿Reemplazamos al mate tradicional por otras infusiones? ¿Cambiamos las formas de compartirlo? ¿Dejamos que se transforme en un mate para uno solo? ¿Deberíamos adoptar la forma de beberlo que tienen en Siria, donde preparan pequeños matecitos individuales, y lo que se comparte es la pava o el termo con agua caliente que va recorriendo la ronda?
Tengo la sensación de que el coronavirus nos quiere quitar este ritual tan rico y tan simbólico. ¿Debemos resistirnos a los cambios? ¿Debemos encontrar nuevas formas de compartirlo? Esperemos a que pasen estos vientos, que nos quieren cambiar las “normalidades”. Personalmente espero que la tan nombrada “nueva normalidad” nos encuentre tomando mate nuevamente.
(*) Waldemar Oscar von Hof